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28 de enero de 2020

Nuestro sistema solar tuvo tres planetas habitables

Un hecho fascinante es que nuestro sistema solar quizás tuvo en sus orígenes no uno, sino tres mundos habitables al mismo tiempo. Claro está, hablamos de Venus, la Tierra y Marte, que, no solo estaban en la zona habitable del Sol, sino que probablemente tenían agua líquida en su superficie y que, por tanto, satisfacían el laxo criterio de habitabilidad de los astrónomos (recordemos que el que un planeta sea «habitable» no implica necesariamente que esté «habitado»). Hoy en día, de los tres solamente queda uno que siga siendo habitable, nuestro planeta. La incógnita es cuándo dejaron de ser habitables Venus y Marte y, por supuesto, si estuvieron alguna vez habitados.
¿Tuvieron Venus y Marte océanos durante el comienzo del sistema solar? (NASA).
La habitabilidad del sistema solar interior depende de dos factores: el comportamiento del Sol y el tamaño y composición de los propios planetas. Desde que el sistema solar se formó hace unos 4600 millones de años, el Sol ha visto aumentar su luminosidad en un 30%. Este hecho ha provocado que el límite interior de la zona habitable se haya ido desplazando progresivamente hacia el exterior, lo que ha dejado fuera a Venus y ha colocado a la Tierra cerca del borde interno. De hecho, el Sol seguirá aumentando su luminosidad y, en unos mil millones de años, la Tierra quedará fuera de la zona habitable y los océanos se evaporarán para siempre. Curiosamente, aunque el Sol primitivo era menos luminoso, sabemos que Marte fue habitable durante cientos de millones de años, como mínimo. Es lo que se conoce como la «paradoja del Sol joven», y que también es un problema a la hora de explicar las condiciones de la Tierra primitiva.

Zona habitable de las estrellas en función de su temperatura superficial. En la actualidad solo la Tierra y Marte están dentro de la zona habitable (Chester Harman/NASA).
Si Venus dejó de ser habitable principalmente por culpa del comportamiento del Sol, en cambio Marte ya no lo es por sus particularidades como planeta. Marte siempre fue el menor de los tres planetas potencialmente habitables del sistema solar debido a la acción gravitatoria de Júpiter, cuyas migraciones hacia el interior del sistema provocaron que el planeta rojo tuviese una masa menor de la que le correspondía. Con un tamaño más pequeño, el calor interno y, por tanto, su actividad interna siempre fue menor que la de la Tierra o Venus. Esto provocó que los volcanes marcianos no fuesen capaces de aportar suficientes volátiles para compensar la pérdida de la atmósfera provocada por una menor gravedad. El menor tamaño también fue el causante de que Marte no retuviese una dinamo interna que crease una magnetosfera potente para proteger la atmósfera del viento solar. Precisamente, aunque el Sol primigenio era más débil, la emisión de partículas de viento solar y la actividad en rayos X y en el ultravioleta era mayor que la actual, lo que aceleró el proceso de pérdida atmosférica de Marte.
Interacción entre el viento solar y Marte. Sin una magnetosfera potente, Marte ha perdido y sigue perdiendo su atmósfera por culpa del viento solar (NASA).
Hasta hace unos años existía un acalorado debate sobre si la mayor parte de la atmósfera marciana se había perdido al espacio o, si por el contrario, quedó almacenada en el suelo forma de depósitos de carbonatos, hielo de agua y hielo de dióxido de carbono. Ahora, gracias sobre todo a la misión MAVEN de la NASA, tenemos la total seguridad de que Marte perdió la mayor parte de su atmósfera por acción del viento solar. En la actualidad, la atmósfera de Marte es tremendamente tenue, de tan solo 6 milibares de presión y está formada exclusivamente por dióxido de carbono. Si se sublimasen los depósitos de hielo de dióxido de carbono que se hallan en los polos marcianos solo lograríamos aumentar la presión hasta los 50 milibares (malas noticias para los futuros ingenieros planetarios que quieran terraformar el planeta). 

Lea el artículo completo en: Eureka
 

6 de enero de 2020

¿Quiéres conocer el lenguaje de las nubes?

¿Sabías que las nubes de agua, de momento, solo existen en el planeta Tierra?

Otros planetas también presentan nubes, pero son nubes diferentes: Venus, por ejemplo, está cubierto de densas nubes de dióxido de carbono que ocultan su superficie; y Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno tienen nubes compuestas por hidrógeno y helio.

Formadas por diminutas partículas de agua líquida y hielo, las nubes de la Tierra se generan cuando el vapor que emana de ríos y mares se enfría y se condensa al llegar a las capas más altas y frías de la atmósfera. A partir de ahí, su forma y su historia toma caminos muy diferentes:

El químico inglés Luke Howard (1772–1864), a comienzos del siglo XIX, fue el primero en clasificar las nubes. Considerado el padre de la meteorología, dividió las nubes en cuatro grandes categorías (cirriformes, estratiformes, nimbiformes y cumuliformes) y arrancó una carrera científica para aprender a leerlas, usando su variada y sugerente apariencia para predecir qué cambios meteorológicos.

Cirriformes: rizos de cabello que tapizan el cielo

Con forma de cabellos rizados, pero compuestos por cristales de hielo, los cirros son las nubes más representativas de esta categoría. Pueden tapizar el cielo entre los 5 y los 15 kilómetros de altura. Son nubes altas, claras, tenues y delicadas que frecuentemente anuncian un cambio meteorólogico a peor, en general precipitaciones y bajadas de temperatura en las 24 horas siguientes a su aparición.


 

Cuando la luz interacciona con los cristales de hielo que forman los cirros, pueden producirse fenómenos ópticos tan insólitos como el parhelio, la aparición simultánea de imágenes del Sol reflejadas en las nubes, y el halo, cerco de color pálido alrededor de los discos del Sol o de la Luna.

Estratiformes: cama de nubes

Son nubes amplias y de contornos difusos que se desarrollan de forma horizontal, por lo que se extienden como si fueran una cama o capa. Dentro de esta categoría están, en función de su altura, los estratos, los altostratos, los cirrostratos y los nimbostratos. Estas últimas, a diferencia de las anteriores, también tienen desarrollo vertical e impiden totalmente el paso de la luz solar, por lo que son nubes muy oscuras. Los nimboestratos siempre producen precipitaciones que suelen ser continuas y no muy intensas.



Hasta bien entrado el siglo XX, la formación de las nubes se entendía como una fase avanzada de la niebla y se consideraba a la nube como una niebla a mayor altura. El astrónomo francés Camille Flammarion (1842–1925), en su tratado La Atmósfera, afirma que «aún cuando no hay diferencia esencial entre las nieblas y las nubes (… ). La primera es inmóvil, la segunda móvil». En la actualidad, se considera a la niebla un tipo nuboso de base sobre el suelo, o cercana a él, con poco desarrollo vertical y forma parte de las nubes del género estratiforme.

Nimbiformes: los yunques de la tormenta

Del latín nimbos, que significa tormenta, este tipo de nubes es el que genera la mayoría de precipitaciones. En esta categoría están los cumulonimbos, la nube más grande y poderosa que se puede contemplar y que hasta los aviones deben evitar. La “reina de las nubes” tiene fuertes corrientes en su interior con vientos impredecibles, que desplazan violentamente el aire de arriba a abajo y de abajo a arriba. Estas nubes suelen generar lluvias intensas y tormentas eléctricas, asociadas a granizo, mangas de agua y tornados. El agua que contiene un cumulonimbo medio podría llenar 7 piscinas olímpicas.


 

Con una base situada sobre los 1.000 metros de altura, la cima de los cumulonimbos puede alcanzar los 20 kilómetros. Su desarrollo vertical solo se interrumpe cuando llega a la tropopausa, el límite superior de la troposfera, la capa más interna de la atmósfera que va desde el suelo hasta la estratosfera. Los cumulonimbos totalmente desarrollados tienen forma de yunque.

Cumuliformes: montañas de algodón

Son nubes aisladas con forma de montaña o cúpula de algodón, que tienen un contorno bien definido y muestran una gran variedad de tamaños y espesores. Los cúmulos, las nubes más características de esta categoría, aparecen sobre todo en épocas calurosas del año y pueden ocupar un espacio que va entre los 500 y los 6.000 metros de altura. Con un importante desarrollo vertical, pueden generarse aisladamente o asociadas a otras en hileras o en grupos. Según los factores atmosféricos que las rodeen, como la humedad, los cúmulos pueden dar lugar a cumulonimbos.


 

Poco después de la II Guerra Mundial comenzó a teorizarse sobre la idea de lo que hoy se conoce como “siembra de nubes”. Este proceso consiste en utilizar yoduro de plata, hielo seco o dióxido de carbono congelado para condensar de forma artificial el vapor. Estas sustancias se asocian con las moléculas de agua y favorecen su precipitación. Lo habitual es rociarlas sobre nubes cumuliformes desde avionetas o cohetes. En febrero de 2018, por primera vez, un grupo de investigadores de la Universidad de Wyoming (EE.UU) logró sembrar nubes para generar nieve y monitorizar todo el proceso, desde la formación de los cristales de hielo en la atmósfera hasta su precipitación.

Estratocúmuliformes: globos en capas

Además de las cuatro categorías originales de Luke Howard, el actual sistema internacional de clasificación de nubes reconoce una quinta división, las estratocúmuliformes. Son nubes globulares que pueden desarrollarse en capas. En esta categoría están, de menor a mayor altura, los estratocúmulos, los altocúmulos y los cirrocúmulos. Un estratocúmulo es una nube baja grande de formas redondeadas, mientras que los altocúmulos y los cirrocúmulos son como estratocúmulus pequeños distribuidos en grupos y alineados.


A partir de altocúmulos se pueden formar algunas de las nubes más raras y extravagantes. Las lenticulares, por ejemplo, tienen forma de platillo volante y se suelen formar en zonas montañosas. Las mammatus, asociadas a tornados, presentan aspecto de bolsas que cuelgan, como la ubre de una vaca, de la parte inferior de la nube.

Bajas, medias y altas

En 1956, la Organización Meteorológica Mundial publicó el Atlas Internacional de las Nubes, en el que definieron las 10 formas básicas que acabamos de revisar, a partir de la clasificación de Howard y en función de la altura que alcanzan en el cielo. Así, las nubes bajas, que se encuentran por debajo de los 2.000 metros, son los estratos y los estratocúmulos.



Las nubes medias son las que se generan entre los 2.000 y los 7.000 metros, aquí se encuentra los altoestratos, los altocúmulos y los nimbostratos.

Las nubes altas, que se forman por encima de los 6.000 metros, son los cirros, los cirrocúmulus y los cirrostratos. Los dos últimos tipos son los cúmulos y los cumulonimbos, con su imponente desarrollo vertical que las sitúa desde nubes bajas a altas.

Muchas formas y tamaños para un espectáculo de pase diario que flota, prodigioso, sobre nuestras cabezas.

Cortesía de: Open Mind

26 de noviembre de 2019

2019: los gases de efecto invernadero marcan un máximo histórico

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advierte de que la concentración de dióxido de carbono (CO2) es la más alta desde hace tres millones de años.


La humanidad suma otra página para la crónica del desastre: la concentración en la atmósfera de los principales gases de efecto invernadero —dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O)— marcó un nuevo récord durante 2018. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha recordado este lunes (25 de noviembre de 2019) que en el caso del CO2, el principal de estos gases responsables del calentamiento global, hay que retroceder al menos tres millones de años para encontrar una concentración tan grande en la atmósfera. Y en aquel momento —en el que ni siquiera existía el ser humano—, la temperatura era entre dos y tres grados más cálida que ahora y el nivel del mar entre 10 y 20 metros mayor, ha advertido la organización. La OMM, un ente dependiente de la Naciones Unidas, ha presentado este lunes su boletín anual de concentración de gases de efecto invernadero, el decimoquinto que realiza.

Estos gases siempre han estado presentes en la atmósfera terrestre e impiden que parte del calor que desprende la Tierra tras ser calentada por el Sol se pierda en el espacio. Gracias a ellos el planeta tiene una temperatura agradable que lo hace habitable para el hombre. Pero el equilibrio que ha existido durante miles de años se ha roto y la OMM tiene claro el responsable: "Hay múltiples indicios de que el aumento de los niveles atmosféricos de CO2 está relacionado con la quema de combustibles fósiles", es decir, con el empleo por parte del ser humano del carbón, el gas natural y el petróleo.

La utilización de esos combustibles fósiles se disparó a partir de la Revolución Industrial y, con ello, las emisiones de gases de efecto invernadero. En el caso del CO2, la concentración alcanzó en 2018 las 407,8 partes por millón (ppm), lo que supone casi un 47% más que el nivel preindustrial (en 1750, cuando la concentración era de 278 ppm). El metano atmosférico alcanzó las 1.869 partes por mil millones (ppb) en 2018, casi un 159% más que el nivel preindustrial. Y en el caso del óxido nitroso su concentración atmosférica fue de 331,1 ppb, un 23% más que en 1750. Estos son los resultados de las más de 100 estaciones de medición repartidas por el planeta que sirven para elaborar el boletín de esta organización.

Más información en: El País (Ciencia)
 

8 de octubre de 2019

¿Por qué el cielo se ve azul? Y cómo John Tyndall lo descubrirlo


A lo largo de la historia, a muchos los científicos les ha motivado la aspiración de comprender cómo funciona la naturaleza. 

En su forma más pura, se trata solo de eso: el deseo de entender, sin tener en cuenta cuán útiles o rentables puedan ser los descubrimientos.

Ese enfoque de la ciencia se llama "investigación impulsada por la curiosidad" o "investigación sin límites".

Uno de los mejores ejemplos de los practicantes de esta forma pura de descubrimiento es el físico irlandés John Tyndall (1820-1893).


Además de ser un erudito, Tyndall también era un romántico


Era un entusiasta montañista y pasaba mucho tiempo en los Alpes. A menudo hacía una pausa al atardecer pues las puestas de Sol alpinas y su magnífica gama de colores lo dejaban extasiado.

Fue por eso que se propuso comprenderlas y, con ello, logró inspirar a generaciones de científicos a realizar investigaciones fundamentales. 

La razón de la belleza

Su ilimitada curiosidad y su interés por la naturaleza lo llevaron a explorar una amplia gama de temas y a hacer muchos descubrimientos clave para la ciencia. 

Fue él, por ejemplo, quien demostró por primera vez que los gases en la atmósfera absorben calor en grados muy diferentes, descubriendo así la base molecular del efecto invernadero.

Para encontrar respuestas a sus diversas preguntas, inventó experimentos para los que construyó varios aparatos, algunos muy sofisticados, que requerían, además, de una profunda comprensión teórica y una tremenda destreza.

Pero cuando quiso saber por qué el cielo se ve azul en el día y rojo al atardecer, los instrumentos que usó fueron sencillos. 

Armó un simple tubo de vidrio para simular el cielo y usó una luz blanca en un extremo para simular la luz del Sol. 

Descubrió que cuando llenaba gradualmente el tubo de humo, el haz de luz parecía ser azul desde un costado pero rojo desde el otro extremo. 

A este tubo de Tyndal, hecho de una aleación de cobre, hierro, vidrio y cera, lo llaman "aparato cielo azul" en la Royal Institution donde está expuesto.

Se dio cuenta de que el color del cielo es el resultado de la luz del Sol dispersándose por las partículas en la atmósfera superior, en lo que ahora se conoce como el 'efecto Tyndall'

Otro de sus aparatos fue aún más simple.

"El cielo en una caja"

Sr trataba de un tanque de vidrio lleno de agua, al que le agregaba unas gotas de leche. 

Lo que hacía la leche era introducir algunas partículas en el líquido.

Una vez lista la sencilla receta, Tyndall encendió una luz blanca al lado de un extremo del tanque.
Inmediatamente vio que el tanque se iluminaba con diferentes colores

A Tyndall le fascinaba el experimento. En su estilo típicamente poético, lo describió como "el cielo en una caja". 

Y es que a un lado del tanque, la solución era azul. Pero a medida que viajaba hacia el otro lado, se iba tornando más amarilla, hasta volverse naranja, como el atardecer. 

Arcoíris

Tyndall sabía que la luz blanca está hecha de todos los colores del arcoíris. Y pensó que la explicación de ese fenómeno que tanto lo cautivaba era que la luz azul tenía una mayor probabilidad de rebotar y dispersar las partículas de leche en el agua.

Ahora sabemos que esto se debe a que la luz azul tiene una longitud de onda más corta que los otros colores de luz visible. Eso significa que la luz azul es la primera en dispersarse por todo el líquido.

Es por eso que la parte más cercana a la fuente de luz se ve azul. Y es por eso que el cielo es azul: porque la luz azul del Sol tiene una mayor probabilidad de dispersarse en la atmósfera.
Pero el tanque también explica los colores del atardecer. 

Lea el artículo completo en:

BBC Mundo
 

6 de mayo de 2019

¡A cazar el CO2!

El calentamiento global necesita que se frenen las emisiones de gases contaminantes y también retirar los que ya están en la atmósfera.



El calentamiento global es el gran reto medioambiental de este siglo. La previsión de aumento de la temperatura se debe a la concentración de gases contaminantes, principalmente metano y dióxido de carbono (CO2). El Acuerdo del clima de París se comprometió a reducir estas emisiones, pero los expertos indican que no es suficiente. “Hay que retirar el CO2 que ya está en la atmósfera”, asevera el profesor de Química ambiental de la Universidad de Barcelona (UB), Xavier Giménez. Su equipo de investigación trabaja en el desarrollo de materiales porosos que capturen este gas. El docente también es autor del libro Matemáticas y cambio climático. Cuidar el planeta con cálculo superior, que pertenece a la colección de EL PAÍS Grandes Ideas de las matemáticas.

La atmósfera contiene un 0,04% de CO2. Parece muy poco, pero Giménez advierte que impera deshacerse de él. “Es muy complicado porque estamos hablando de muy poco y limpiar algo que casi está limpio, cuesta mucho energéticamente hablando”. Su grupo se encuentra analizando qué materiales retienen mejor este gas mediante simulaciones computacionales. La propuesta de uso será la de crear grandes árboles que configuren un bosque artificial. “Si se exponen al viento, al pasar a través del material, se capturaría el CO2”, explica. Este gas puede utilizarse como aditivo para bebidas o componente de combustibles, entre otras opciones.

El desarrollo de este tipo de soluciones se viene investigando desde hace décadas, aunque la captación de dióxido de carbono no compensaría su emisión. La clave, además de dar con un compuesto capaz de absorber el gas, sino que no sean precisas grandes cantidades de energía. Tampoco productos contaminantes, como las aminas, compuestos derivados del tóxico amoniaco, que actualmente se emplean en técnicas que evitan las emisiones de carbono.

Algunas industrias que liberan este gas con su actividad han implementado acciones para retenerlo y devolverlo a su origen. En 1996 se inauguró el proyecto Sleipner CCS (carbon capture and storage), en Noruega, el primero que tenía como objetivo almacenar CO2. La empresa Statoil Hydro comenzó a explotar un yacimiento de gas natural, el cual contiene hasta un 9% de este compuesto. La compañía lo depura y vuelve a inyectarlo bajo el lecho marino de la zona, de donde extrae el gas natural.

A nivel mundial se capturan más de 30 millones de toneladas de CO2 anualmente gracias a instalaciones de este tipo, según datos de la Agencia Internacional de Energía (IEA en sus siglas en inglés). Más del 70% de estas capturas ocurre en Norteamérica. La IEA calcula que los costes de extracción varían desde los 20 dólares por tonelada (unos 17,50 euros) —si la fuente es de alta pureza, como un yacimiento de gasta natural— hasta los 100 dólares por tonelada (87,70 euros). EE UU, frente a la paradoja negacionista del cambio climático de su presidente, Donald Trump, impulsó el pasado abril ventajas fiscales para quienes aplicasen estas técnicas.

 El origen es químico

La comprensión del funcionamiento del cambio climático, así como el desarrollo de soluciones para combatirlo tiene su origen en la química y las matemáticas. “La química participa en toda una serie de casos y procesos absolutamente críticos para poder entender cómo se comporta el clima”, explica el profesor Giménez. “Sin conocer la estructura química de los gases invernadero y su comportamiento no se puede entender el problema”.

Una vez identificados estos fenómenos, la formulación físico-química se produce en lenguaje matemático. “Es lo que permite tener capacidad predictiva”, apunta Giménez. Los modelos no son infalibles y solo se demuestra su eficacia con el tiempo. En los años 70 se describió el desarrollo del deterioro de la capa de ozono. Las siguientes décadas fueron las que confirmaron que los modelos eran correctos. Por este motivo los modelos matemáticos que estiman un aumento de temperatura de entre 1,5 y 2 grados se revisan continuamente. “Se puede discutir si son más acertados o no, pero el cambio climático existe, eso es incuestionable”, zanja. Reconoce que lo que no se puede asegurar es cuánta culpa tiene la acción del ser humano sobre él, pero matiza que este “no puede perturbar el ambiente de tal forma que pueda llegar a causar un problema grave”.

Giménez considera que todos los problemas de este tipo “o se han resuelto o están en vías de hacerlo”. Aunque advierte: “Excepto el calentamiento global. Es el único problema que aún no tiene un horizonte de solución y eso es porque aún no estamos haciendo lo suficiente”.

Tomado de: El País (España)

4 de junio de 2018

Stefano Mancuso: "Las plantas llevan siglos engañándonos"

Este neurobiólogo italiano se ha propuesto que aprendamos a valorar la inteligencia del reino vegetal. En él, defiende, podemos encontrar la respuesta a muchas preguntas (urgentes).

STEFANO MANCUSO (Catanzaro, Italia, 1965) es uno de los divulgadores más revolucionarios e influyentes del reino vegetal. Director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia, ejerce de apasionado embajador de las plantas y se ha impuesto una importante misión: cambiar la percepción (equivocada) que tenemos de ellas. Porque son muchos, lamenta, quienes piensan que estos seres vivos son estúpidos e insensibles. Y nada más lejos de la realidad, reivindica. “Simplemente nos resulta muy difícil comprender lo que es una planta porque son demasiado diferentes a los animales”.

En su nuevo libro, El futuro es vegetal (Galaxia Gutenberg), Mancuso aporta múltiples razones para que aprendamos a mirar de otra forma al mundo verde. De hecho, él no duda en calificar a las plantas de inteligentes —aunque carezcan de cerebro— porque sus acciones demuestran que luchan por su supervivencia con planteamientos exquisitos. Practican el engaño. Y nos utilizan. En la Antigüedad, el centeno era considerado una mala hierba que acompañaba al trigo, el cereal predilecto de los agricultores. Así que la mala hierba decidió imitar el aspecto de las semillas de trigo para engañar a los humanos, que empezaron a tener dificultades para diferenciarlas. Como resultado, el centeno, transportado por el hombre, llegó a muchas más zonas desplazando incluso al trigo en los sitios de clima más duro. Y la máxima El enemigo de mi enemigo es mi amigo, dice Mancuso, “funciona con las plantas. Cuando una oruga empieza a comer un tomate, sus hojas producen moléculas que tienen un efecto llamada para los enemigos de la oruga”.

Según Mancuso, en el comportamiento vegetal podemos inspirarnos para encontrar soluciones a los retos que acechan a la humanidad. A su paso por Madrid, imposible ignorar que en España no llueve y la sequía es tan pertinaz que puede convertirse en el problema más grave a corto plazo. Sugiere que hay que tener más presente a las plantas. “Son capaces de dirigir el clima. La circulación atmosférica de las lluvias está controlada por los bosques ecuatoriales, así que poseen uno de los motores. Podemos estabilizar el clima. Podemos reducir las emisiones de dióxido de carbono, y reforestar. Los bosques nos ofrecen la única manera de reducir las emisiones”.

Y, sobre todo, el italiano cree que podemos y debemos cambiar nuestros hábitos. “Ahora usamos el 70% del agua en los cultivos, pero es insostenible. Necesitamos producir alimentos con menos agua”. En vez obtener la comida de cuatro o cinco tipos de plantas, hay miles de ellas que son cultivables y algunas requieren mucha menos agua, e incluso crecen con agua salada. Las plantas nos sugieren la forma de afrontar un futuro en el que no podremos derrochar el agua que hoy tan alegremente tiramos.

Fuente:

El País (Ciencia)



1 de junio de 2018

Nuevo récord en la medición de CO2

El Observatorio de Izaña, en Tenerife, registra de nuevo la máxima concentración de dióxido de carbono en la atmósfera de la Tierra.


Hace por lo menos 800.000 años que no se acumulaba tal cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera del planeta Tierra. Aunque la cifra no diga gran cosa, las 413,9 partes por millón (ppm) registradas el 7 de abril en la estación de Izaña, junto al Teide, son una medición récord, otra más, para ese observatorio puntero. Récord de acumulación del mayor responsable del efecto invernadero y por tanto, del calentamiento del planeta. Esos 413,9 ppm también son la advertencia de lo que le estamos haciendo al planeta, alterando de forma irreversible sus ciclos naturales; saturando el aire con gases de efecto invernadero; provocando que ya estemos sufriendo un calentamiento global, con 400 meses seguidos por encima de la media histórica.

Esa medición histórica es una noticia triste, pero alguien tiene que hacerla. “Me fastidia tener que anunciar otro récord, es desagradable tener que dar malas noticias, pero las tengo que dar. La ciudadanía se merece que la informemos de este crecimiento incesante”, lamenta Emilio Cuevas-Agulló, director del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña. Cuevas (Santa Cruz de Tenerife, 1961) llegó en el año 1990 a esta estación meteorológica, cuando se medía un máximo de 360 ppm, y entonces ni se imaginaba lo que depararía el futuro: “Aunque conozcas la física que hay detrás, no lo esperas. Y yo creo que no queremos esperarlo porque esto a nosotros nos desagrada”. En aquella época la curva de acumulación de CO2 en la atmósfera iba hacia arriba, pero todavía fluctuaba. 

“Ahora es clarísimo”, dice mientras señala con el dedo la gráfica, “la curva se está acelerando”. “No solo aumenta sino que aumenta cada vez a mayor ritmo, eso es lo que está ocurriendo. A nosotros, a mí personalmente, me agobia un montón ver esta curva. Me produce desazón, tristeza”, asegura.

Durante los últimos 800.000 años y hasta la Revolución Industrial, el CO2 fluctuó entre unos 180 y 280 ppm dependiendo de las épocas gélidas o los períodos cálidos interglaciales. Sin embargo, hoy la tasa de aumento de hoy en día es más de 100 veces más rápida que el aumento que se dio cuando terminó la última glaciación.

Cuevas señala en su ordenador el récord global de dióxido de carbono en la atmósfera.
La nota completa en:

El País (España)

22 de febrero de 2018

El rastro más antiguo de la vida en la Tierra

Confirman que unos restos fosilizados de 3.500 millones de años hallados en Australia son de origen biológico.

Unos restos microscópicos descubiertos en unas rocas de 3.500 millones de años constituyen los fósiles más antiguos conocidos así como la prueba directa de vida en la Tierra más temprana hallada hasta fecha. Así lo ha confirmado un equipo de investigadores de las universidades de Wisconsin–Madison y California, en Los Ángeles (UCLA). En un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, estos científicos, coordinados por el paleobiólogo James William Schopf, de esta última institución estadounidense, y el profesor de Geociencias John W. Valley, de la primera, describen once especímenes microbianos pertenecientes a cinco taxones diferentes –en estos se agrupan organismos que presentan un cierto parentesco entre sí–.

Según estos expertos, es posible relacionar sus características morfológicas con las huellas químicas características de la vida. Aunque algunos ejemplares son, en esencia, similares a algunos microbios que aún pueden encontrase en la actualidad, otros son bacterias y arqueas –un tipo de microorganismos unicelulares– pertenecientes a especies ya extinguidas. En todo caso, vivieron en una época en la que el oxígeno aún no se encontraba de forma significativa en la atmósfera.

A partir de su análisis, los investigadores pudieron constatar que entre los microorganismos, cada uno de unos 10 micrómetros de ancho –un cabello humano tiene el mismo grosor que ocho de ellos–, se encontraban bacterias fototróficas, que aprovechan la radiación solar para generar energía, arqueas productoras de metano y gammaproteobacterias, que oxidan este gas, un compuesto que según algunos modelos teóricos tuvo una importante presencia en la atmósfera primitiva.

Este tipo de estudios sugiere que la vida podría ser un fenómeno muy común en el universo”, afirma Schopf. “Pero, sobre todo, la presencia de estos microbios en la Tierra hace 3.500 millones de años indica que se habría desarrollado en nuestro planeta mucho antes de esa fecha; si bien nadie sabe cuánto antes. Además, confirma que incluso la vida más primitiva puede evolucionar y dar origen, en este caso, a microorganismos más avanzados”. El propio profesor Valley que ha participado en este ensayo llevó a cabo un estudio en 2001 en el que probó que hace 4.300 millones de años ya existían océanos en nuestro planeta. “No tenemos pruebas de que en esa época hubiera vida en la Tierra, pero eso no quiere decir que no se diera”, concluye Valley.

Lea el artículo completo en:

Muy Interesante

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